viernes, 11 de diciembre de 2009

Visitas especiales...

Hace dos días, revolviendo un cajón perdido en la montaña de todas las cosas que rondan por mi casa con aires de "imprescindibles", cayeron a mis pies siete arcángeles y sus claros mensajes. Tan ciega estaba buscando "algo" -ahora irónicamente no recuerdo de qué se trataba- que recogí las estampitas que hacía más de un año que no veía y las dejé sobre la mesada.
Mi día continuó como siempre, salpimentado con los avatares de la cotidianidad y el buen entorno, con algún que otro picante rezongo por los gajes de mi oficio o el desorden de mi casa.
Recién hoy, cuando me toco enfrentarme cara a cara con otro ángel, reparé en el mensaje que estaba en la bandeja de entradas de la semana -o del año, quizás-
Cuentan los que saben que los ángeles y arcángeles están para protegernos y darnos esa manito extra que todos necesitamos alguna vez, agrupados ellos en especialidades diversas, cubriendo todas las contingencias de las humanas necesidades; vienen a nuestro auxilio sólo cuando son convocados dispuestos a regalarnos toda esa energía que nos falte en algún momento dado.
No recuerdo haberlos llamado, al menos no conscientemente. Pero hilando fino sé que hay un pedido que se escucha desde lejos, desde el centro de mi ser, que pide justicia, paz, prosperidad.
A veces siento que el mundo duele y a mí me duele especialmente. No por ser mejor o peor que nadie, de hecho a muchísima gente que conozco -y seguramente que no conozco- el mundo le duele de una manera particular.
Nos tachan de sensibleros, exagerados, incluso ridículos, pero lo cierto es que no podemos liberarnos de esa sensibilidad con la que nacimos y desarrollamos a lo largo de nuestras vidas.
Somos así: reímos intensamente y lloramos de la misma manera. El amor nos cala los huesos y el dolor también. Nos corroe el dolor ajeno tanto como el propio y nos cuesta "zafar" de los profundos estados del alma cuando recibe sentimientos o sensaciones.
Algunos podemos ver o sentir cosas que la racionalidad no explica -o lo hace pobremente-
La buena nueva, gente, es que nos estamos encontrando. Ya no somos islas desconectadas e indiferentes. Ahora, cada uno desde el centro de su ser encuentra ojos compinches, con la misma sintonía espiritual, dispuestos todos a relacionarnos desde otro lugar.
Que así sea!
Por lo pronto, ya que he recibido tan grata visita celestial, los invitaré a mi mesa navideña y disfrutaré de tan buena compañía, regalándole a cada uno de ellos la luz y el color que más les gusta.

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