Qué épocas estas, no?
Navidad... una horda de consumidores desesperados por comprar y gastar más de lo que tienen garantizándose bolsillos pobres los próximos meses y palpitaciones aseguradas frente a los resúmenes de las tarjetas de crédito.
Caminando, en auto tocando sus estridentes y desesperantes bocinas... "¡Apurate papanata, no ves que todavía no compré el pinito nevado!" -que dicho sea de paso tiene vocación a derretirse bajo los 36º de sensación térmica que se sienten.
Pero a no desesperar, para pasar el mal trago, me como unas frutas secas refrescantes y un suculento menú navideño para rematarla.
Después nos preguntamos qué nos pasa a los argentinos... Nos pasa que no sabemos quienes somos ni quienes queremos ser. Vivimos desfazados, con alma de románticos y mente de consumidores a ultranza; hombres de grandes "principios" y, sin embargo, poco apego a la ley... Transgresores natos, a mucha honra!
En paralelo recibimos la llamada de quien sólo nos recuerda un poquito en estas fiestas, porque se puso nostálgico y se sintió viejo.
Parientes, amigos, visitas, agobio, maltrato, conspiraciones familiares, indigestión... renuncias, vendetas, promesas en vano, fuegos de artificio y corchos desvirtuados... un ojo morado y un tío borracho... lágrimas de emoción, el llamado de larga distancia, el desarraigo, el desapego... el pegoteo y la asfixia...
Los malos tragos y las burbujas de la sidra...
Todo en tan sólo una semana turbulenta hasta que despertamos en un año nuevo que comienza, como todos, el 1º de enero con un cansancio suculento apoyado en nuestros hombros.
Qué decir? Les deseo que ¡A pasarla! y felices vacaciones para el que pueda tomarlas.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
viernes, 11 de diciembre de 2009
Visitas especiales...
Hace dos días, revolviendo un cajón perdido en la montaña de todas las cosas que rondan por mi casa con aires de "imprescindibles", cayeron a mis pies siete arcángeles y sus claros mensajes. Tan ciega estaba buscando "algo" -ahora irónicamente no recuerdo de qué se trataba- que recogí las estampitas que hacía más de un año que no veía y las dejé sobre la mesada.
Mi día continuó como siempre, salpimentado con los avatares de la cotidianidad y el buen entorno, con algún que otro picante rezongo por los gajes de mi oficio o el desorden de mi casa.
Recién hoy, cuando me toco enfrentarme cara a cara con otro ángel, reparé en el mensaje que estaba en la bandeja de entradas de la semana -o del año, quizás-
Cuentan los que saben que los ángeles y arcángeles están para protegernos y darnos esa manito extra que todos necesitamos alguna vez, agrupados ellos en especialidades diversas, cubriendo todas las contingencias de las humanas necesidades; vienen a nuestro auxilio sólo cuando son convocados dispuestos a regalarnos toda esa energía que nos falte en algún momento dado.
No recuerdo haberlos llamado, al menos no conscientemente. Pero hilando fino sé que hay un pedido que se escucha desde lejos, desde el centro de mi ser, que pide justicia, paz, prosperidad.
A veces siento que el mundo duele y a mí me duele especialmente. No por ser mejor o peor que nadie, de hecho a muchísima gente que conozco -y seguramente que no conozco- el mundo le duele de una manera particular.
Nos tachan de sensibleros, exagerados, incluso ridículos, pero lo cierto es que no podemos liberarnos de esa sensibilidad con la que nacimos y desarrollamos a lo largo de nuestras vidas.
Somos así: reímos intensamente y lloramos de la misma manera. El amor nos cala los huesos y el dolor también. Nos corroe el dolor ajeno tanto como el propio y nos cuesta "zafar" de los profundos estados del alma cuando recibe sentimientos o sensaciones.
Algunos podemos ver o sentir cosas que la racionalidad no explica -o lo hace pobremente-
La buena nueva, gente, es que nos estamos encontrando. Ya no somos islas desconectadas e indiferentes. Ahora, cada uno desde el centro de su ser encuentra ojos compinches, con la misma sintonía espiritual, dispuestos todos a relacionarnos desde otro lugar.
Que así sea!
Por lo pronto, ya que he recibido tan grata visita celestial, los invitaré a mi mesa navideña y disfrutaré de tan buena compañía, regalándole a cada uno de ellos la luz y el color que más les gusta.
Mi día continuó como siempre, salpimentado con los avatares de la cotidianidad y el buen entorno, con algún que otro picante rezongo por los gajes de mi oficio o el desorden de mi casa.
Recién hoy, cuando me toco enfrentarme cara a cara con otro ángel, reparé en el mensaje que estaba en la bandeja de entradas de la semana -o del año, quizás-
Cuentan los que saben que los ángeles y arcángeles están para protegernos y darnos esa manito extra que todos necesitamos alguna vez, agrupados ellos en especialidades diversas, cubriendo todas las contingencias de las humanas necesidades; vienen a nuestro auxilio sólo cuando son convocados dispuestos a regalarnos toda esa energía que nos falte en algún momento dado.
No recuerdo haberlos llamado, al menos no conscientemente. Pero hilando fino sé que hay un pedido que se escucha desde lejos, desde el centro de mi ser, que pide justicia, paz, prosperidad.
A veces siento que el mundo duele y a mí me duele especialmente. No por ser mejor o peor que nadie, de hecho a muchísima gente que conozco -y seguramente que no conozco- el mundo le duele de una manera particular.
Nos tachan de sensibleros, exagerados, incluso ridículos, pero lo cierto es que no podemos liberarnos de esa sensibilidad con la que nacimos y desarrollamos a lo largo de nuestras vidas.
Somos así: reímos intensamente y lloramos de la misma manera. El amor nos cala los huesos y el dolor también. Nos corroe el dolor ajeno tanto como el propio y nos cuesta "zafar" de los profundos estados del alma cuando recibe sentimientos o sensaciones.
Algunos podemos ver o sentir cosas que la racionalidad no explica -o lo hace pobremente-
La buena nueva, gente, es que nos estamos encontrando. Ya no somos islas desconectadas e indiferentes. Ahora, cada uno desde el centro de su ser encuentra ojos compinches, con la misma sintonía espiritual, dispuestos todos a relacionarnos desde otro lugar.
Que así sea!
Por lo pronto, ya que he recibido tan grata visita celestial, los invitaré a mi mesa navideña y disfrutaré de tan buena compañía, regalándole a cada uno de ellos la luz y el color que más les gusta.
Un florista y un adiós...
Hoy salí, como todas las mañanas, a mi ciudad anónima, atiborrada de gente.
El calor amenazante nos tatuaba a todos la espalda.
La parada de colectivo estaba como siempre, quieta, acompañada de su árbol de todos los días y del florista de siempre.
Y fue precisamente a él a quien una mujer se acercó, repentina y fugazmente y lo increpó: "¿No te acordás de mí?"...
Él puso la cara de cualquier hombre con mil noches de curda encima, tratando de trepar por los rasgos de ese rostro femenino avejentado, con los ojos inquietos y veloces en busca de un gesto familiar. Sin lograrlo, por supuesto.
Cuando el silencio se prolongó más de lo tolerable y cordial -incluso para mí que quedé atrapada en la escena como mosca en la miel- el hombre esbozó un nombre al azar; erróneo y lejano, claro está.
El clima se tensó aún más; tanto así, que la mujer reveló su identidad y él, mirándome fijamente, nervioso, aclaró que ella era sólo una amiga.
Sentí vergüenza por los tres: por ella que pasó desapercibida en la vida del florista, herida seguramente en su orgullo femenino; por él, tan frágil de memoria y por mí, fisgona recalcitrante.
Shame of us!!
En mi defensa tengo que decir que tuve motivos para quedar cautivada. Es que me sentí parte de varias historias al mismo tiempo, todas conocidas: por un lado, el anonimato al que a veces echo mano y el que a veces me atropella sin buscarlo; por el otro, esa pregunta maldita que no dejamos de usar cuando el arrebato nos impide saludar como seres humanos normales. Finalmente la exposición a un momento que hubiéramos querido eludir.
De todos, me quedo un segundo demás con el último de los vericuetos.
Cuántas veces cruzamos la vereda con la intención de evitar un momento así! O dimos vuelta la cara camuflados en lentes de sol, o nos hicimos los dormidos en el colectivo o...
Mil maneras distintas de ahorrarnos la energía requerida para interactuar protocolarmente con gente que conocimos allá y entonces, sí, pero preferimos no frecuentar hoy.
El saludo, la pregunta obligada, el despliegue de amabilidad, la sonrisa forzada y por supuesto, tolerar la pregunta indiscreta, eludirla y salir del fugaz encuentro entero y digno. Con la frente alta.
La mundana necesidad de mostrarse frente al otro o muy dichoso o muy desgraciado, llamar su atención, bien o mal, como sea.
No pasar desapercibido, no invertir la puesta en escena en vano: que de frutos, que sepan que "una es" "intensa"... que la vida "de una" es "intensa"... ¿que me recuerden? Tal vez.
Por eso elijo la soledad al desgaste innecesario de encuentros estériles, no por la interacción humana per se que siempre "nos regala un caramelo", sino para evitar las máscaras... las ajenas, las propias, todas.
Hoy el florista se avergonzó, la mujer y yo también.
Los tres llevamos a la vida del otro un ramillete de vergüenza que ofrecimos gentilmente a cambio de interactuar, para interrumpir la "bendita" soledad en la que buceamos la mayor parte de nuestros días y desconocemos... y tememos.
El calor amenazante nos tatuaba a todos la espalda.
La parada de colectivo estaba como siempre, quieta, acompañada de su árbol de todos los días y del florista de siempre.
Y fue precisamente a él a quien una mujer se acercó, repentina y fugazmente y lo increpó: "¿No te acordás de mí?"...
Él puso la cara de cualquier hombre con mil noches de curda encima, tratando de trepar por los rasgos de ese rostro femenino avejentado, con los ojos inquietos y veloces en busca de un gesto familiar. Sin lograrlo, por supuesto.
Cuando el silencio se prolongó más de lo tolerable y cordial -incluso para mí que quedé atrapada en la escena como mosca en la miel- el hombre esbozó un nombre al azar; erróneo y lejano, claro está.
El clima se tensó aún más; tanto así, que la mujer reveló su identidad y él, mirándome fijamente, nervioso, aclaró que ella era sólo una amiga.
Sentí vergüenza por los tres: por ella que pasó desapercibida en la vida del florista, herida seguramente en su orgullo femenino; por él, tan frágil de memoria y por mí, fisgona recalcitrante.
Shame of us!!
En mi defensa tengo que decir que tuve motivos para quedar cautivada. Es que me sentí parte de varias historias al mismo tiempo, todas conocidas: por un lado, el anonimato al que a veces echo mano y el que a veces me atropella sin buscarlo; por el otro, esa pregunta maldita que no dejamos de usar cuando el arrebato nos impide saludar como seres humanos normales. Finalmente la exposición a un momento que hubiéramos querido eludir.
De todos, me quedo un segundo demás con el último de los vericuetos.
Cuántas veces cruzamos la vereda con la intención de evitar un momento así! O dimos vuelta la cara camuflados en lentes de sol, o nos hicimos los dormidos en el colectivo o...
Mil maneras distintas de ahorrarnos la energía requerida para interactuar protocolarmente con gente que conocimos allá y entonces, sí, pero preferimos no frecuentar hoy.
El saludo, la pregunta obligada, el despliegue de amabilidad, la sonrisa forzada y por supuesto, tolerar la pregunta indiscreta, eludirla y salir del fugaz encuentro entero y digno. Con la frente alta.
La mundana necesidad de mostrarse frente al otro o muy dichoso o muy desgraciado, llamar su atención, bien o mal, como sea.
No pasar desapercibido, no invertir la puesta en escena en vano: que de frutos, que sepan que "una es" "intensa"... que la vida "de una" es "intensa"... ¿que me recuerden? Tal vez.
Por eso elijo la soledad al desgaste innecesario de encuentros estériles, no por la interacción humana per se que siempre "nos regala un caramelo", sino para evitar las máscaras... las ajenas, las propias, todas.
Hoy el florista se avergonzó, la mujer y yo también.
Los tres llevamos a la vida del otro un ramillete de vergüenza que ofrecimos gentilmente a cambio de interactuar, para interrumpir la "bendita" soledad en la que buceamos la mayor parte de nuestros días y desconocemos... y tememos.
jueves, 10 de diciembre de 2009
Hoy descubrí el talento creativo de una amiga...
Yo ignorante, pensándola alienada con un trabajo digno pero con la sola vocación de subsistencia, la descubrí entre telas y diseños, mostrándonos su vestido, estoica.
Siento orgullo por ella y desilusión por no saber más de ella.
No haber compartido sus viejos dolores, no haber secado sus lágrimas.
Hoy siento que subestimé la amistad, la tomé a la ligera pensando que los lazos son inquebrantables, no susceptibles... impolutos.
Amistades pensadas desde una foto feliz de una adolescencia colmada de liviandades.
No conozco sus verdaderos miedos, no conocen mis rincones.
Compartimos tapas de revista, zapatos y otras cosas y casi nunca nos lavamos nuestros trapitos mas deshilachados... no nos animamos.
Y así la torre no cayó con los peores sismos a los que escapamos como chiquillas de un monstruo, sino con lo más básico como es el respeto.
No supimos respetarnos y hoy estamos lejos...
Desde acá, las extraño, pero ya no con las ganas de "te canasta" sino con la inquietud de volver a conocerlas y verlas desde su humanidad, desde su espíritu, desde el centro y no desde la cáscara.
Siento cierta vergüenza, decía, al admitir que no conozco a mis amigas pero al menos puedo pararme en ese punto de partida y sentir curiosidad por saber -realmente- de ellas.
Ya no quiero discutir de pequeñas miserias mundanas sino considerarlas, escucharlas, sonreírles... brindarles lo que pueda y no prometerles lo imposible.
Ni "para siempres", ni incondicionales... buenas amigas, o solo amigas.
Yo ignorante, pensándola alienada con un trabajo digno pero con la sola vocación de subsistencia, la descubrí entre telas y diseños, mostrándonos su vestido, estoica.
Siento orgullo por ella y desilusión por no saber más de ella.
No haber compartido sus viejos dolores, no haber secado sus lágrimas.
Hoy siento que subestimé la amistad, la tomé a la ligera pensando que los lazos son inquebrantables, no susceptibles... impolutos.
Amistades pensadas desde una foto feliz de una adolescencia colmada de liviandades.
No conozco sus verdaderos miedos, no conocen mis rincones.
Compartimos tapas de revista, zapatos y otras cosas y casi nunca nos lavamos nuestros trapitos mas deshilachados... no nos animamos.
Y así la torre no cayó con los peores sismos a los que escapamos como chiquillas de un monstruo, sino con lo más básico como es el respeto.
No supimos respetarnos y hoy estamos lejos...
Desde acá, las extraño, pero ya no con las ganas de "te canasta" sino con la inquietud de volver a conocerlas y verlas desde su humanidad, desde su espíritu, desde el centro y no desde la cáscara.
Siento cierta vergüenza, decía, al admitir que no conozco a mis amigas pero al menos puedo pararme en ese punto de partida y sentir curiosidad por saber -realmente- de ellas.
Ya no quiero discutir de pequeñas miserias mundanas sino considerarlas, escucharlas, sonreírles... brindarles lo que pueda y no prometerles lo imposible.
Ni "para siempres", ni incondicionales... buenas amigas, o solo amigas.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Y no vayan a creer...
que sangro por la herida porque me plantaron en el altar y detesto la compañía... de hecho soy bastante dependiente de mis afectos (y espero, entonces, no resultarles un fiasco).
Resulta que lo que quiero es rescatar los momentos de soledad como algunos de los preferidos, creativos, placenteros.
Después de un año de reacomodar sentimientos y compañía ("house cleaning") descubrí que permanecer hasta la madrugada desvelada esperando el resultado de un programa pasatista y desafortunado, no me convierte en la persona que quiero ser, como tampoco lo hace una mesa enorme llena de mujeres despellejando a las ausentes o la queja constante y repentina del "palacio de justicia" (por decirle de alguna manera a la mole de hierro y mármol erguida en pellegrini y moreno), que se resquebraja por dentro o el comentario desalentador de un taxista cansado de vivir.
Quiero ser alguien que puede sentarse consigo misma a tomar un café y no se muere de aburrimiento o de vergüenza. Estoy tratando de volver a gustarme, como cuando era chica que me fascinaba jugar conmigo e inventar historias.
No quiero aturdirme con la voz del otro simplemente para no escucharme más.
Quiero divertirme conmigo misma e invitarlos a uds. cuando se arme la fiesta.
Digamos que volví al centro, a la aldea del fondo de mi ser y desde ahí les hablo.
Y no vayan a decir que no se los advertí.
Resulta que lo que quiero es rescatar los momentos de soledad como algunos de los preferidos, creativos, placenteros.
Después de un año de reacomodar sentimientos y compañía ("house cleaning") descubrí que permanecer hasta la madrugada desvelada esperando el resultado de un programa pasatista y desafortunado, no me convierte en la persona que quiero ser, como tampoco lo hace una mesa enorme llena de mujeres despellejando a las ausentes o la queja constante y repentina del "palacio de justicia" (por decirle de alguna manera a la mole de hierro y mármol erguida en pellegrini y moreno), que se resquebraja por dentro o el comentario desalentador de un taxista cansado de vivir.
Quiero ser alguien que puede sentarse consigo misma a tomar un café y no se muere de aburrimiento o de vergüenza. Estoy tratando de volver a gustarme, como cuando era chica que me fascinaba jugar conmigo e inventar historias.
No quiero aturdirme con la voz del otro simplemente para no escucharme más.
Quiero divertirme conmigo misma e invitarlos a uds. cuando se arme la fiesta.
Digamos que volví al centro, a la aldea del fondo de mi ser y desde ahí les hablo.
Y no vayan a decir que no se los advertí.
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