Eso. La paciencia.
Ojalá se tratara de una fruta lista para llevársela de cualquier verdulería y pudiéramos hacer jugo de paciencia, té de paciencia y paciencia con manteca.
Pero no. Dicen los que saben –al menos un poco más que yo que no sé si es tanto- que es una virtud de la que gozan unos pocos. El resto somos ansiosos recalcitrantes subidos a la veloz calesita de la vida actual.
Yo creo que se cultiva aunque no es precisamente una semilla. Cultivar, en este caso, como sinónimo de “masticar”, esto es, después de haber masticado lentamente muchas esperas y colas en reparticiones públicas la paciencia brota a la fuerza como exprimida de la amargura y la bronca acumulada y contenida.
Algo así como una trasmutación de la bronca y ansiedad a la que definitivamente las indefinidas esperas le ganan por cansancio. Así, la rabia se suicida y su espíritu se eleva deviniendo en paciencia.
Es un proceso complejo.
Hay que ver la globalidad de la situación: postura corporal, expresión facial y motivación del ser que sirve de “vasija” de la transmutación de la que hablo.
Lo más llamativo es el contraste de los transmutados con los que recién asoman del huevo y ven un mundo repleto de papeles, burocracia y malos tragos.
Hoy me dijeron –aún cuando no pedí explicación alguna como desde hace años no lo hago- “hay que tener paciencia”. La antesala de semejante provocación fue una cola de media hora para encontrarme con la nada misma por la demora consuetudinaria a la que se han acostumbrado las oficinas.
YA NADIE TRABAJA EN TIEMPO Y FORMA. TODO SE DEMORA.
La demora así crece en escalada e inversamente proporcional con la paciencia porque, seamos honestos, los espíritus transmutados son pocos.
El transmutado es un ser de cuero duro, con un rostro inexpresivo ab inicio pero con una sonrisa borrosa y sínica que parece querer escaparse permanentemente pero es contenida SIEMPRE, de manera inteligente, sosteniendo estoicamente el estandarte cuyo lema es “ya nada me importa un comino”. Su postura corporal es laxa, como chorreada sobre el acostumbrado mármol de los edificios públicos, pareciendo especialmente sensibles a la fuerza de gravedad que los empuja al suelo aunque nunca caen. A lo sumo, los más experimentados se sientan en algún banco libre –en las rarísimas ocasiones en que encuentran alguno-
No tiene necesidad de ejercer fuerza o violencia sobre el resto de los “colígenas” (dícese de la persona que hace cola o fila) porque su desprecio por el trámite deja una estela invisible que genera distancia y nadie –NADIE- se atrevería a colársele a un transmutado. Son de temer. Esa calma perversa frente a las peores provocaciones de las que sólo son capaces los empleados públicos o -y debo agregarlo para ser franca conmigo misma y con uds.- la comunidad de empleados si bien privados, de entes o asociaciones sin fines de lucro. Y en esto, si bien no hay armonía ni en doctrina ni en jurisprudencia, a mi humilde entender son una subespecie mejorada –pero de ninguna manera eficiente- de los empleados públicos propiamente dichos.
El transmutado no tiene nada que perder porque nada le importa. Entonces no tiene motivación alguna: sigue allí por la inercia propia de estar pero entiéndase NO LE IMPORTA UN RÁBANO. Podría no estar ahí y sería lo mismo. Eso acobarda la negligencia e ineficacia de estos empleados que se rinden a sus pies aún para decirle “no está listo, venga otro día”.
Son, así, de paciencia germinal. Les sale naturalmente y desafían al más burócrata, vago e ineficiente empleado que no puede ni soñar con atentar ese temple inmutable e infranqueable de los transmutados.
Yo, que todavía lucho por no ser una transmutada y continuar sintiendo emociones fuertes aún cuando de bronca e impotencia se trate, hoy miré a la pusilánime que se esconde detrás de aquel mostrador alto de la recepción de una oficina de las descriptas y casi la fulmino sin emitir palabra, dejándola hablar sola, sin festejar lo que pretendió ser un mal chiste –ni siquiera tuvo esa categoría-
“Hay que tener paciencia”; después de esperar que antes de atenderme a mí –y después de atender a un par delante mío- se vaya deliberadamente y sin pedir permiso ni dar disculpas a la trastienda por más de media hora formándose a mis espaldas una larga fila de “suspiradores” compulsivos, bufadores, puteadores y otras especies varias de los no transmutados para volver y decirme que mi trámite que debería haber estado listo días atrás, se encuentra en “Veremos y cortada del olvido” y seguirá así hasta quién sabe cuándo para rematarla con semejante frasecita poco feliz.
Debería haberle dicho “no quiero tener paciencia ni convertirme en un transmutado más y a vos tampoco te conviene porque si todos fuésemos transmutados tu cinismo carecería de sentido y te extinguirías” pero no me hubiese entendido ni una palabra. Entonces callé, una vez más, con la esperanza de que mi límite de rabieta no traspase lo tolerable para no transmutar y devenir en un fantasmagórico portador de paciencia.
Después de todo mi calaña es la de los no transmutados que albergan esperanzas mínimas de un mundo sin empleados públicos pura raza.
He dicho.
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