La semana pasada fue de esas intensas,bisagra, que quedarán para siempre individualizadas en el recuerdo, desmenuzadas, día a día, escrutadas y recordadas…
¿Qué estabas haciendo vos exactamente cuando…?
Explotó un edificio en Rosario por una negligencia compartida entre varios y murieron 21 personas, muchas resultaron heridas y muchas más desposeídas y desalojadas a la fuerza de su hogar: “con lo puesto”.
Sentí la explosión –vivo a 10 cuadras aproximadamente- y me estremecí. Sabía que algo horrible había sucedido porque el tipo de estruendo se había incrustado en mi memoria auditiva cuando hace poco más de un año atrás explotó a dos cuadras de mi departamento la caldera de una lavandería (aquella vez, sin víctimas humanas que lamentar).
Estaba a punto de salir para llevar a mi hija de mi mamá y dejar la casa en silencio para que mi marido pudiera estudiar tranquilo ya que estaba preparando sus últimos finales de la carrera de Contador (se recibió en viernes de esa semana, después de un esfuerzo personal y familiar increíble, otro motivo para no olvidarla). Le dije a mi marido que algo feo había pasado; en el portal de un diario conocido de la ciudad salió casi inmediatamente la noticia, germinal e imprecisa “Explotó una caldera en Salta y Oroño”… Aunque estremecedora, nada anunciaba el horror en el que la ciudad entera, cada rosarino del planeta y especialmente los vecinos inmediatos de la zona, nos veríamos envueltos los instantes, las horas, los días siguientes al llamado minuto cero.
A medida que transcurría el tiempo, la noticia empezaba a oscurecerse y el miedo crecía… Lo inmediato fue llamar a mi prima que vive a escasas dos cuadras del lugar de la tragedia y me costó comunicarme, hasta que lo hice: nadie estaba en la casa en ese momento (luego supimos que vaya uno a saber que leyes de la física actuaron para que no resulte afectada).
Recorrí con mi mente rápidamente si ese lugar quedaba cerca de algún lugar en dónde alguno de mis afectos podía estar… nada.
De hecho, hoy puedo decir que no conocía personalmente a ninguna de las víctimas ni de sus familias, sólo referencias remotas… una de ellas era ex alumna de mi queridísimo colegio “ Misericordia” que me vió crecer (no reconocí su rostro, aunque fuera sólo un año más chica que yo y pese a mis esfuerzos mentales… ella fue la última víctima que encontraron, de la que se creyó en algún momento que podía estar viva y desorientada deambulando por la ciudad); otra, pariente lejana de una de mis mejores amigas…
Cuando nadie creía que el panorama podía ser aún peor, el sábado hubo otra tragedia producto de la negligencia: en el parque más grande y bello de la ciudad, uno de los canastos de la rueda gigante se desprendió trayéndonos más muerte, horror y angustia.
Ahora pienso que el parque de diversiones era casi lo único abierto y funcionando ese sábado cuando la ciudad entera estaba “cerrada” a la alegría y a los festejos (la actividad nocturna de boliches y restorantes estuvo restringida o funcionando muy limitadamente, por decisión de los propios empresarios del rubro, se suspendieron los espectáculos programados, etc.), y la desgracia lo envolvió y vistió de negro, cobrándose la vida de dos niñas.
Otra vez el desamor y la falta de compromiso de personas que se resisten a hacer las cosas bien como protagonista y causante.
Esta vez tampoco la desgracia tocó a mis afectos.
Digamos entonces que soy afortunadamente una de las menos afectadas de la ciudad. Aún así, estoy invadida por una sensación de tristeza, impotencia y miedo…
Y noto que todos los rosarinos sentimos lo mismo. Suspiramos más, tenemos los ojos más tristes… hacemos silencios largos entre las frases que decimos cuando comentamos el tema, nadie puede hablar del tema de corrido y a la ligera, todos tenemos un nudo en la garganta y un pesar en el alma que nos hermana: la ciudad está real y sentidamente de luto; callada en su angustia, sufriendo.
No pude pasar por el lugar ni quise…
Para el que no conoce Rosario, basta con decir que es uno de los paseos más hermosos y elegidos por todos nosotros, los rosarinos, que los fines de semana solíamos deambular alegre y despreocupadamente por allí con niños, bicis y mascotas, aprovechando los beneficios de una ordenanza municipal que convierte la calle en peatonal bajo el lema “No pases con el auto, pasá vos” y nos permite unir el parque Independencia con el río Paraná, a través de nuestro querido y emblemático Boulevard Oroño.
Va a ser duro recorrer esos lugares de acá en más... la ciudad recibió las punzadas en sus órganos más vitales.
Entonces, ayudé con el silencio que pedían para que funcionara mejor un aparato super tecnológico de detección de movimiento entre los escombros y me comprometí a depositar algo de dinero en una de las cuentas abiertas… Casi nada comparado con lo que hicieron rescatistas, bomberos y otros voluntarios que le regalaron su vida a esa cuadra por una semana entera, esta vez.
Recordé por ellos el lema de la fundadora de la congregación encargada allá por el 1800 de recoger niñas y adolescentes desamparadas y darles un hogar y un propósito, las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, Santa Josefa María Rosello: “El corazón a Dios y las manos al trabajo” y entendí en el esfuerzo de esos seres especiales la fuerza exacta y simple de su literalidad.
Todo pasó un martes 6 de agosto de 2013… al lunes siguiente, las sirenas anunciaban que terminaba la labor de búsqueda y comenzaba una nueva etapa: la reconstrucción, bendiciéndola con las lágrimas de todos los que participaron en las tareas de rescate.
A partir de ahora, cada uno tendrá que “recoger” sus propios escombros y construir a partir de eso, acompañándonos todos en nuestras respectivas soledades, con el corazón elevado a la divinidad de la creación y las manos dispuestas, creativas y laboriosas.