Las primeras gotas de lluvia cayendo sobre la arena, esas lágrimas del cielo, regordetas, contundentes, venciendo la resistencia de los secos granos de arena agrupados que se vencen y se ahuecan a su paso, me recuerdan a mis sueños.
Las que caen más allá se vuelven saladas besando el mar y las de más acá se confunden con mis lágrimas.
El barco partió y el muelle quedó despoblado, con sus maderas crujientes desperezándose, recibiendo la primera lluvia de primavera.
No lloro porque se van, lloro porque no se quedan a esperarme un poco más.
La playa los extraña y enmudece ante su ausencia.
Me deleito con la imagen de ellos navegando otros mares, más allá de la línea recortada del horizonte, más allá de lo que ven mis ojos mortales… y de a ratos los extraño con el pecho punzado.
Quiero ir hacia ellos pero me amarro a mi orilla…
Algún día, algún día.
Mi barco está atado a la costa, sus sogas muerden los postes que lo sostienen y los corroen para escapar.
Mientras tanto, me siento y escribo estas líneas para documentar mi cadencia.
Cuando el mundo gira muy rápido simplemente respiro, trago, me estremezco, pestaneo, huelo… no me bajo de él, lo sobrevuelo y desde lo alto, allá voy!!!
Entonces todo sabe a sándalo fresco, incluso su ausencia.
Me siento gigante, muy gigante, casi como una madre cuidando a sus críos.